“¡Hombre Manolo!… ¿Ya estás aquí?”. Probablemente eso fue lo que le dijo Luis Caballero Florido, mi padre (q.e.p.d.), a su querido enólogo cuando lo vio aparecer esa mañana por allí arriba… donde seguro están ambos.
Esa misma mañana, paseando por la Bodega Lustau, los aromas eran más profundos, los colores más intensos, y la luz parecía más clara…como si las bondades de la bodega se intensificaran más que nunca.
Y es que la relación de Manolo con el vino no era la de un trabajador con su mercancía. Él sabía bien que los vinos tienen vida, los conocía, los cuidaba, los mimaba y observaba cada día por si alguno se desviaba de lo que él esperaba o estaba en el momento óptimo para someterlo a algún cambio.
Con Manolo Lozano se ha ido el conocimiento, la sabiduría y la capacidad para distinguir enológicamente el “bien” del “mal”, o del “regular”, que los grises también existen… y de elegir finalmente lo mejor entre lo bueno.
En nuestra profunda desolación nos consuela el saber que se ha ido dejando como legado su “saber hacer” a un equipo que lo apreciaba y que supo aprender de él.
Personalmente, recién iniciada una etapa de mayor implicación en la gestión de la bodega, sentía que tenía mucho que aprender de Manolo y tenía la ilusión de hacerlo.
Hasta ahora, mis recorridos por la bodega habían sido o bien acompañado de Manolo -que me iba contando con detalle la evolución de cada uno de sus vinos, sus descubrimientos, sus intuiciones…- o, en su defecto, anotando mentalmente todas aquellas cuestiones que llamaban mi atención o sobre las que quería saber más, con la seguridad de que Manolo les daría buena respuesta con esa forma de conjugar rigor y sencillez que sólo está al alcance de los expertos.
Manolo y mi padre imprimieron su carisma al proyecto de transformación de Lustau, por supuesto con la colaboración de muchos, pero siendo ambos muy cómplices en una simbiosis empresarial que les llevó a ser amigos y disfrutar de un trabajo bien hecho.
Como muchos de vosotros, nunca pensé que su vida terrena se truncaría tan pronto, a los sesenta y uno…, pero como me decía su Madre en el tanatorio, llorando ya sin lágrimas…”mucho lo necesitará Dios allá arriba para que se lo haya llevado así…”.
Mi abrazo a la familia y mi admiración hacia D. Manuel quisiera quedaran en el recuerdo a través de estas líneas, en un día en el que, en el silencio de la bodega, sentí a los vinos llorar. Descanse en Paz.